jueves, 30 de junio de 2016

LA HORDA

No sé tan siquiera quiénes somos los de la horda, pero qué importa si nos reunimos los fines de semana en la cabaña de La Canal, ese extraordinario paraje de la bella y olvidada ciudad de Recuerdo, y al carecer de circunstancias lógicas nos volvemos grotescos por motivos que se desconocen o silencian, otras veces reaccionamos de modo cariñoso; por encima o por debajo de las suspensiones impresionistas respondemos con insultos a los demás, dándole una desdeñosa pero momentánea soberanía a lo banal, borrando los rostros con las miradas cuando al llegar alguien conecta la vieja televisión y otros encienden la chimenea, porque siempre hace frío cuando nos reunimos los de la horda y discutimos de literatura, música, pintura o escultura hasta altas horas de la madrugada, todos amontonados, unos encima de otros, algunos revelando una falsa inquietud, permaneciendo inalterables a pesar de la copiosa conversación, asumiendo una fingida humildad, aunque sabemos que hay algo que nos une a los de la horda, quizás sea porque los más destacados del grupo discuten con voces que sobresalen, a pesar de que todos conocen que carecemos de esas circunstancias racionales y desde el comienzo del fin de semana apostamos por no mostrar ninguna sorpresa por la participación en cualquier acto, buscando eso sí la eternidad de la alianza cuando se levantan de golpe contrariados por la más desesperante y ridícula situación, reaccionando con sutiles descargas de ironía, pues ni siquiera conocemos lo tentador, los innumerables espejos diabólicos que nos acechan, la imaginación retrospectiva a la que desde el primer momento se alude, quién nos mandará a nosotros instalarnos en ese ambiente rodeado de contingencias finísimas, sin tediosas pausas que detengan el camino hacia el mayor aislamiento, ovillándonos menesterosamente, envueltos, friccionando los cuerpos cuando el espanto va lentamente disminuyendo y va formando como un centro sustitutivo, entonces surge de la humedad que desprende el ambiente, el olor a sexo, y todos comprendemos que hay que moverse rítmicamente, desnudándonos notamos todos los del grupo una fascinación irremediable, provocando el mismo efecto siempre, y buscando el peligro en lo más fácil, cerramos los ojos, en ese momento sentimos cómo alguien desconocido lame lentamente nuestras asilas, los pies descalzos, la espalda transpirada, todo con una fresca novedad nerviosa, que a cada paso, a cada movimiento nos hace sentirnos aun más primitivos, porque los de la horda somos muy primitivos, tanto que todos disfrutan de lo más mínimo, cualquier caricia maliciosa hace que tengamos reminiscencias del pasado, y nos acordemos de lo que somos fuera de la cabaña, sólo pulsos heridos que rondan lo que está del otro lado, sombras arrodilladas que fuimos cuando gozábamos en el incesto, víctimas que corrían desnudos por los pasillos de los burdeles de la ciudad, aunque siempre hemos reaccionado construyendo los fragmentos deshilachados de la costumbre, enseñando el heroísmo perdido por asesinar a nuestros hijos bastardos, construyendo laberintos separados por la luz de la noche cuando más adelante entramos en el sueño que nos devuelve a un punto inexorable, luego despertando y avivando los deseos, otra vez nos enroscamos fundiendo los cuerpos, buscando una transfiguración interrumpida, travistiendo los placeres nuevos que nos recorren, ahora subvirtiendo los sentidos, con una nueva malicia aliada, con una sencillez socarrona penetramos con delicadeza al que está debajo o al lado, al que está de espaldas, lanzando justas imprecaciones, entrecruzando relatos de otras copulaciones, para que temblemos también cuando seamos traspasados, sin las tediosas pausas anunciadas, a pesar de las continuas alusiones al paso del tiempo (que en realidad transcurre muy rápido), a pesar de la semejanzas que emitimos con la quejumbre, espacios simbólicos nos acechan, todo figurado, metafórico, como las gruesas lágrimas que queman nuestras mejillas cuando pensamos con tristeza mientras soñamos despiertos (casi sin darnos cuenta) que se acaba el fin de semana, que irremediablemente tenemos que separarnos hasta el siguiente que nos llevará nuevamente a los de la horda hacia la cabaña de La Canal, ese extraordinario paraje de la bella y olvidada ciudad de Recuerdo.












jueves, 23 de junio de 2016

LA GOTERA EXISTENCIAL




Afuera llueve, dentro de la casa una gotera se deja ver otorgando todos sus inmediatos efectos, en el escritorio Chacón sujeto al ordenador trata de contar la historia de la gotas que se suicidan cadenciosamente contra su cabeza, pero no deja de mirar la pantalla mientras teclea con rabia, momentos de cólera terrible, las siente caer, también advierte la tendencia metafísica, aunque no quiere despistarse ni un ápice, sabe que las gotas le hacen estar poco a poco más oprimido, aunque todo se va conformando, mera especulación racional, además cada vez se nota más mojado, el pelo le chorrea con abundancia, son los pagos de su conducta, el sentido del ser, sabe positivamente que podría levantarse, quizás esté entrecortado por la embriaguez creadora, sometido a los meandros que le conduce la escritura, pero se limita a pensar absurdamente que necesita un paraguas. Las gotas continúan cayendo y teme una reacción de las palabras no previsible u otro tipo de situación que aprehenda las esencias cualitativas que formen por fin el coagulo existencial, el pasaje filosófico, todo solidificado, haciendo que esté obligado a mirar hacia su interior para después fijar la vista en el techo donde la gotas empiezan a crecer de ritmo, modificando la manera que haga tan misterioso como indescifrable lo privilegiado. Con una extraña regularidad la gotera va aumentando de tamaño, proporcionadamente el orificio se agranda, intensificándose la historia que está a punto de terminar, en ese momento el goteo desata su ira, entonces el chorro golpea con tanta presión que cae sobre su cabeza, luego, golpeándose contra la pantalla del ordenador cae boca abajo, haciendo por fin que Chacón semincosciente yazca mirando lo abstracto y universal de la vida, el gran orificio del techo, provocando que pueda ver como llueve afuera.





lunes, 13 de junio de 2016

LOS BUITRES



cada primero de mes
los buitres picotean
las sabrosas vísceras
de tu nómina siempre
alojada al fondo
de la cuenta de ahorros
conforme avanza el mes
un reguero de sangre
chorrea por la cartilla
que llevas incrustada
en el bolsillo de la camisa
así transcurren los días
hasta que a finales de mes
la cuenta concluyentemente agoniza
en vista de ello los buitres
se retiran en desbandada
en espera de nueva carnaza
esos días grises crespones negros
adornan tu rostro








UNO Me fui ovillando, es decir, me marché a la isla. Entonces, como si nada, como si todo, nacieron los poemas para este Cua...