ARDIENTE DESEO
A Lamia, siempre
A Lamia, siempre
Y qué me vas a hacer…?- Dijo ella-.
(Roberto Bolaño)
La gélida tarde de Febrero se ofreció generosa para que
nuestros cuerpos ardieran de deseo. Esa tarde habíamos ido a la Librería, y
todo estalló en la sección de libros de fotografía, cuando ojeando un bonito
álbum erótico nos detuvimos ante la imagen de una bella mujer desnuda, la
fotografía era en blanco y negro, y la estampa lasciva que ofrecía aquella
mujer masturbándose nos sedujo. Entonces
fue cuando tú iniciaste el juego, rozando una y otra vez tu espléndido
pecho por uno de mis brazos que sostenía el libro, de pronto surgió la llama,
el fuego, mirábamos intensamente la fotografía y los dos ya estábamos en aquel
cuarto lujurioso, yo haciendo el amor con la desenfrenada mujer en su seductora
cama, y tú mirándonos, sentada en la silla donde ella previamente había colgado
su ropa interior. Ahora tú mirabas muy gozosa cómo yo la penetraba, con los
ojos lúbricos clavados en los cuerpos ardientes, y ardorosa también, y así te
fuiste desnudando, sin apartar la vista de los otros cuerpos jubilosos, hasta
que comenzaste a acariciar tu cuerpo, te masturbabas, jadeabas al compás, hasta
que un orgasmo salvaje coronó los tres cuerpos. Acabada la escena, otra vez
estábamos tú y yo mirando la fotografía. Aún fogosos, húmedos, ardientes,
fuimos entretanto abandonando la Librería, salimos a la calle, y la ya noche
glacial, nos recibió feliz bajo una luz marina que saludamos con anhelo, porque
habíamos disfrutado una vez más de un juego perverso que inventábamos cuando
salíamos aquellas tardes gélidas de Febrero en busca de nuevas aventuras que
posibilitaran que nuestros cuerpos ardieran de deseo.
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