EL DÍA DEL LIBRO
El mejor
homenaje que se le puede hacer a estos grandiosos y culturales objetos el
próximo 23 de Abril, Día del libro, es leerlos, pero los más perezosos y
atareados habitantes, en cualquier lugar de la ciudad (que ese día es una
fiesta), en un Café, en una terraza, al ir al trabajo o al volver una esquina,
sólo tendrán que apretar muy fuerte los ojos, sacudiéndose el agua del sueño, y
mirar desde muy adentro, dejándose llevar por los signos de los grandes libros,
y de pronto sentirte abrazados a algunos personajes enigmáticos de la
Literatura Universal, entonces podrán ver cruzar un paso de cebra la figura de
Don Quijote sobre el lomo de Rocinante, agarrado a su montura, con peto y
espalda, los viandantes con toda seguridad no saldrán de su asombro al ver
pasear por un jardín a Ana Karenina, con fingido rostro de sometimiento a lo
inevitable, de la misma manera que en una placita céntrica de la ciudad también
podrán encontrarse en un banco con el otro de Borges. Con la lentitud o rapidez
que aconseja el ánimo, al pasar por la puerta de una iglesia quizás verán salir
de ésta a la Regenta, dándole a su presencia una blandura ya acostumbrada, y
así el juego de las imágenes se irá repitiendo a cada rincón de la ciudad, a
cada pasaje las vacilaciones fatigarán al ciudadano que perplejo mirará las
cristaleras de un bohemio Café, viendo ahora a Horacio Oliveira, recién salido
de Rayuela de Cortázar, sin devenir, ni reminiscencia, de la única manera que
se puede descender a los infiernos del comportamiento humano, y si ese día
besamos la mano de los recuerdos, siendo como siempre es un acceso de
culpabilidad, encontrarán en una lujosa avenida al Barón rampante de Italo
Calvino subido a un árbol, para no pisar jamás la tierra. Y por qué no
prestarse a la fluencia inmóvil, y cuando los cuerpos de esos azarosos
ciudadanos se vayan diluyendo a lo largo del día, ver salir del edificio de
juzgados a Meursault, el extranjero de Camús, de la misma manera que apreciarán
a Florentino Ariza, de El amor en los tiempos del cólera de García Márquez en
una esquina del barrio antiguo tocando el violín, pensando en su amada Fermina
Daza, y así sucesivamente las imágenes irán pasando por delante de los ojos que
parecerán agitarse bajo los párpados del hombre corriente, mostrándose a veces
poco interesado, otras confundido, engañado por su ingenuo ensimismamiento,
vislumbrando a Góngora, Mallarmé o Valéry recitar unos versos, originados por
esas especies errantes junto a la puerta de unos Grandes Almacenes, guardando
todo una estrechísima relación expresada en las brumas del devenir cotidiano.
El hombre de hoy siempre estará agradecido a
lo que los grandes maestros de la Literatura le legaron, tal vez de la misma
manera que a una primitiva y arraigada afición a la lectura se consagrarán
aunque sólo sea un rato éste día tan señalado, entonces sigilosos los suponemos
acariciar la textura de un libro, cualquiera, cada uno eligiendo a sus autores,
a sus personajes, sus poemas y comenzarán a leer. Otros, los más perezosos como
hemos dicho y es ya bien sabido sólo tendrán que echarse a la calle, apretar
los ojos con fuerza, sacudiéndose el agua del sueño, y mirar desde muy adentro
para celebrar el Día del Libro.
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