OLGA
OROZCO & ALEJANDRA PIZARNIK
Con
errores o trampas
por esta vez hemos ganado
la partida.
(Olga
Orozco)
Diré para comenzar, no en mi descargo, pero sí como aclaración,
que mis decires en este blog, son siempre opiniones mías, muy
personales, y siempre como lector. Y como lector de la extraordinaria
obra de Alejandra Pizarnik desde hace muchos años, consideré que
los escritos de ésta, no se deben leer sin haber leído previamente
la obra de Orozco, pues Olga Orozco, así como suena, es la mamá
literaria de Alejandra Pizarnik.
Es una realidad que la aventajada alumna de Olga Orozco, murio a los
36 años, y la maestra murió a los 79, nunca sabremos qué hubiera
ocurrido si Alejandra hubiese vivido algunos años más,
indudablemente, la muerte de esta última, creó un mito con su
suicidio y su aventurera vida en Europa, aunque estos detalles, no
restan ni un ápice mi admiración por ella, y que la escritora
suicida hizo una obra lo suficientemente amplia para considerarla una
de las voces más importantes de la Literatura en lengua española,
no en vano, el legado de su obra pertenezca a una de las
Universidades más importantes de Norteamerica.
Ajejandra Pizarnik en sus comienzos tomó, aunque luego fue muy ella
misma, el yo poético de su maestra y amiga: la infancia onírica, la
soledad, el olvido, en definitiva la infanta extraviada en el
lenguaje, de ahí su célebre poema:
Alejandra, Alejandra/
debajo estoy yo/
Alejandra
poema este, que puede que sea el primer distanciamiento literario
entre las dos grandísimas escritoras argentinas, creando así, lo
que sería en el futuro, la implacable literalidad de su discurso.
Indudablemente estamos ante dos de las más grandes escritoras en el
siglo XX, pero insisto que es incluso necesario, conocer la obra de
la escritora nacida en La Pampa, Olga Orozco (1.920-1979) para llegar
a las profundidades de la escritora bonaerense, Alejandra Pizarnik
(1936-1972).
Y como homenaje a estas dos gigantes escritoras, cierro esta breve y
humilde semblanza como lector, con el poema que le dedicó Olga
Orozco a Alejandra Pizarnik en su libro, 'Mutaciones de la realidad', en
el año 1979, poema que demuestra el amor, admiración y la
complicidad que existieron entre ambas:
PAVANA
PARA UNA INFANTA
A
Alejandra Pizarnik
.
.
Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se desgarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.
.
.
.
Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se desgarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.
.
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