sábado, 10 de octubre de 2015

EL LOCO
(Breve estampa de Madrid)

In memoriam Juan Ramón Jiménez


Camina el loco por la Plaza Cánovas del Castillo de un plácido Madrid cuando ya anochece, encorvado, vestido de luto, con su barba nazarena, cobrando un extraño aspecto, habla solo, de pronto chilla a la hermosa mujer rubia que viste ropa muy sexy con la que se cruza. Con una sumaria dignidad vertical de turista fortuito camino detrás de la hermosa mujer a la que parezco perseguir, todo es confuso y ambiguo cuando cruzo el Paseo del Prado hacia la acera donde se encuentra el hotel Ritz y la parada del 49, el autobús que me conducirá hasta la Plaza de Castilla, me detengo, se detiene la joven en el mismo lugar que yo, sigue el indigente piropeándola, riendo con evidente complicidad y alivio entre la gente que pasa para un lado y otro, y que me mira sorprendida, asombrada, adquiero de pronto la sensación de portar una rara apariencia, me grita ahora a mí el perturbado, inquiriéndome, interrogándome por qué la persigo
Continúa caminando el loco frente al resplandor hiriente de los ventanales del lujoso hotel, alejándose, pero aún así prosigue gritando entrecortadamente mientras se vuelve de vez en cuando a vociferar. Ya no soy capaz de distinguir a quién chilla, si a la hermosa mujer rubia o a mí. Delante de nosotros está Neptuno, dios de las aguas, que es testigo de la escena, frente a un precioso cielo inmenso y puro, de un incendiado Madrid de finales de Junio, me siento a aguardar el autobús, quizás sea tarde, continúo mirando de soslayo a la mujer que también sentada habla ahora por el teléfono móvil cerca de mí, siento su respiración, su perfume, sin saber por qué pienso con más fuerza en mi semblante, trato con mucho esfuerzo de distinguir la silueta del loco que debe de estar ya cerca de la plaza de Cibeles.
Desde allá lejos, entre los árboles del paseo, por los altos edificios vienen unos gritos muy agudos, afilados, entrecortados:
-¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!
A estos gritos le sucede un gran rumor, un extraordinario murmullo:
-¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!

No distingo las diferentes voces en este momento, quizás sea el menesteroso que reanuda sus gritos o tal vez la gente que pasaba hace un rato junto a mí que se agolpa cerca ya de la Plaza de Colón, y no ceja de bramar.


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