EL
LOCO
(Breve
estampa de Madrid)
In
memoriam Juan Ramón Jiménez
Camina el
loco por la Plaza Cánovas del Castillo de un plácido Madrid cuando
ya anochece, encorvado, vestido de luto, con su barba nazarena,
cobrando un extraño aspecto, habla solo, de pronto chilla a la
hermosa mujer rubia que viste ropa muy sexy con la que se cruza. Con
una sumaria dignidad vertical de turista fortuito camino detrás de
la hermosa mujer a la que parezco perseguir, todo es confuso y
ambiguo cuando cruzo el Paseo del Prado hacia la acera donde se
encuentra el hotel Ritz y la parada del 49, el autobús que me
conducirá hasta la Plaza de Castilla, me detengo, se detiene la
joven en el mismo lugar que yo, sigue el indigente piropeándola,
riendo con evidente complicidad y alivio entre la gente que pasa para
un lado y otro, y que me mira sorprendida, asombrada, adquiero de
pronto la sensación de portar una rara apariencia, me grita ahora a
mí el perturbado, inquiriéndome, interrogándome por qué la
persigo
Continúa caminando el loco frente al resplandor hiriente de los
ventanales del lujoso hotel, alejándose, pero aún así prosigue
gritando entrecortadamente mientras se vuelve de vez en cuando a
vociferar. Ya no soy capaz de distinguir a quién chilla, si a la
hermosa mujer rubia o a mí. Delante de nosotros está Neptuno, dios
de las aguas, que es testigo de la escena, frente a un precioso cielo
inmenso y puro, de un incendiado Madrid de finales de Junio, me
siento a aguardar el autobús, quizás sea tarde, continúo mirando
de soslayo a la mujer que también sentada habla ahora por el
teléfono móvil cerca de mí, siento su respiración, su perfume,
sin saber por qué pienso con más fuerza en mi semblante, trato con
mucho esfuerzo de distinguir la silueta del loco que debe de estar ya
cerca de la plaza de Cibeles.
Desde allá
lejos, entre los árboles del paseo, por los altos edificios vienen
unos gritos muy agudos, afilados, entrecortados:
-¡El
loco! ¡El loco! ¡El loco!
A estos
gritos le sucede un gran rumor, un extraordinario murmullo:
-¡El
loco! ¡El loco! ¡El loco!
No
distingo las diferentes voces en este momento, quizás sea el
menesteroso que reanuda sus gritos o tal vez la gente que pasaba hace
un rato junto a mí que se agolpa cerca ya de la Plaza de Colón, y
no ceja de bramar.
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