LA
HORDA
No
sé tan siquiera quiénes somos los de la horda, pero qué importa si
nos reunimos los fines de semana en la cabaña de La Canal, ese
extraordinario paraje de la bella y olvidada ciudad de Recuerdo, y al
carecer de circunstancias lógicas nos volvemos grotescos por motivos
que se desconocen o silencian, otras veces reaccionamos de modo
cariñoso; por encima o por debajo de las suspensiones impresionistas
respondemos con insultos a los demás, dándole una desdeñosa pero
momentánea soberanía a lo banal, borrando los rostros con las
miradas cuando al llegar alguien conecta la vieja televisión y otros
encienden la chimenea, porque siempre hace frío cuando nos reunimos
los de la horda y discutimos de literatura, música, pintura o
escultura hasta altas horas de la madrugada, todos amontonados, unos
encima de otros, algunos revelando una falsa inquietud, permaneciendo
inalterables a pesar de la copiosa conversación, asumiendo una
fingida humildad, aunque sabemos que hay algo que nos une a los de la
horda, quizás sea porque los más destacados del grupo discuten con
voces que sobresalen, a pesar de que todos conocen que carecemos de
esas circunstancias racionales y desde el comienzo del fin de semana
apostamos por no mostrar ninguna sorpresa por la participación en
cualquier acto, buscando eso sí la eternidad de la alianza cuando se
levantan de golpe contrariados por la más desesperante y ridícula
situación, reaccionando con sutiles descargas de ironía, pues ni
siquiera conocemos lo tentador, los innumerables espejos diabólicos
que nos acechan, la imaginación retrospectiva a la que desde el
primer momento se alude, quién nos mandará a nosotros instalarnos
en ese ambiente rodeado de contingencias finísimas, sin tediosas
pausas que detengan el camino hacia el mayor aislamiento,
ovillándonos menesterosamente, envueltos, friccionando los cuerpos
cuando el espanto va lentamente disminuyendo y va formando como un
centro sustitutivo, entonces surge de la humedad que desprende el
ambiente, el olor a sexo, y todos comprendemos que hay que moverse
rítmicamente, desnudándonos notamos todos los del grupo una
fascinación irremediable, provocando el mismo efecto siempre, y
buscando el peligro en lo más fácil, cerramos los ojos, en ese
momento sentimos cómo alguien desconocido lame lentamente nuestras
asilas, los pies descalzos, la espalda transpirada, todo con una
fresca novedad nerviosa, que a cada paso, a cada movimiento nos hace
sentirnos aun más primitivos, porque los de la horda somos muy
primitivos, tanto que todos disfrutan de lo más mínimo, cualquier
caricia maliciosa hace que tengamos reminiscencias del pasado, y nos
acordemos de lo que somos fuera de la cabaña, sólo pulsos heridos
que rondan lo que está del otro lado, sombras arrodilladas que
fuimos cuando gozábamos en el incesto, víctimas que corrían
desnudos por los pasillos de los burdeles de la ciudad, aunque
siempre hemos reaccionado construyendo los fragmentos deshilachados
de la costumbre, enseñando el heroísmo perdido por asesinar a
nuestros hijos bastardos, construyendo laberintos separados por la
luz de la noche cuando más adelante entramos en el sueño que nos
devuelve a un punto inexorable, luego despertando y avivando los
deseos, otra vez nos enroscamos fundiendo los cuerpos, buscando una
transfiguración interrumpida, travistiendo los placeres nuevos que
nos recorren, ahora subvirtiendo los sentidos, con una nueva malicia
aliada, con una sencillez socarrona penetramos con delicadeza al que
está debajo o al lado, al que está de espaldas, lanzando justas
imprecaciones, entrecruzando relatos de otras copulaciones, para que
temblemos también cuando seamos traspasados, sin las tediosas pausas
anunciadas, a pesar de las continuas alusiones al paso del tiempo
(que en realidad transcurre muy rápido), a pesar de la semejanzas
que emitimos con la quejumbre, espacios simbólicos nos acechan, todo
figurado, metafórico, como las gruesas lágrimas que queman nuestras
mejillas cuando pensamos con tristeza mientras soñamos despiertos
(casi sin darnos cuenta) que se acaba el fin de semana, que
irremediablemente tenemos que separarnos hasta el siguiente que nos
llevará nuevamente a los de la horda hacia la cabaña de La Canal,
ese extraordinario paraje de la bella y olvidada ciudad de Recuerdo.
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