martes, 31 de marzo de 2015

EL DÍA DEL LIBRO.

EL DÍA DEL LIBRO



El mejor homenaje que se le puede hacer a estos grandiosos y culturales objetos el próximo 23 de Abril, Día del libro, es leerlos, pero los más perezosos y atareados habitantes, en cualquier lugar de la ciudad (que ese día es una fiesta), en un Café, en una terraza, al ir al trabajo o al volver una esquina, sólo tendrán que apretar muy fuerte los ojos, sacudiéndose el agua del sueño, y mirar desde muy adentro, dejándose llevar por los signos de los grandes libros, y de pronto sentirte abrazados a algunos personajes enigmáticos de la Literatura Universal, entonces podrán ver cruzar un paso de cebra la figura de Don Quijote sobre el lomo de Rocinante, agarrado a su montura, con peto y espalda, los viandantes con toda seguridad no saldrán de su asombro al ver pasear por un jardín a Ana Karenina, con fingido rostro de sometimiento a lo inevitable, de la misma manera que en una placita céntrica de la ciudad también podrán encontrarse en un banco con el otro de Borges. Con la lentitud o rapidez que aconseja el ánimo, al pasar por la puerta de una iglesia quizás verán salir de ésta a la Regenta, dándole a su presencia una blandura ya acostumbrada, y así el juego de las imágenes se irá repitiendo a cada rincón de la ciudad, a cada pasaje las vacilaciones fatigarán al ciudadano que perplejo mirará las cristaleras de un bohemio Café, viendo ahora a Horacio Oliveira, recién salido de Rayuela de Cortázar, sin devenir, ni reminiscencia, de la única manera que se puede descender a los infiernos del comportamiento humano, y si ese día besamos la mano de los recuerdos, siendo como siempre es un acceso de culpabilidad, encontrarán en una lujosa avenida al Barón rampante de Italo Calvino subido a un árbol, para no pisar jamás la tierra. Y por qué no prestarse a la fluencia inmóvil, y cuando los cuerpos de esos azarosos ciudadanos se vayan diluyendo a lo largo del día, ver salir del edificio de juzgados a Meursault, el extranjero de Camús, de la misma manera que apreciarán a Florentino Ariza, de El amor en los tiempos del cólera de García Márquez en una esquina del barrio antiguo tocando el violín, pensando en su amada Fermina Daza, y así sucesivamente las imágenes irán pasando por delante de los ojos que parecerán agitarse bajo los párpados del hombre corriente, mostrándose a veces poco interesado, otras confundido, engañado por su ingenuo ensimismamiento, vislumbrando a Góngora, Mallarmé o Valéry recitar unos versos, originados por esas especies errantes junto a la puerta de unos Grandes Almacenes, guardando todo una estrechísima relación expresada en las brumas del devenir cotidiano.

 El hombre de hoy siempre estará agradecido a lo que los grandes maestros de la Literatura le legaron, tal vez de la misma manera que a una primitiva y arraigada afición a la lectura se consagrarán aunque sólo sea un rato éste día tan señalado, entonces sigilosos los suponemos acariciar la textura de un libro, cualquiera, cada uno eligiendo a sus autores, a sus personajes, sus poemas y comenzarán a leer. Otros, los más perezosos como hemos dicho y es ya bien sabido sólo tendrán que echarse a la calle, apretar los ojos con fuerza, sacudiéndose el agua del sueño, y mirar desde muy adentro para celebrar el Día del Libro.

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